Batalla de Rocroy

Batalla de Rocroy

Nos separamos en el relato de esta Batalla de lo que se escribe en el Historial del Regimiento del año 1909, el cual fue extraído de la HISTORIA ORGÁNICA DE LAS ARMAS DE INFANTERÍA Y CABALLERÍA (tomo VIII) año 1856, escrita por el Conde de Clonard. Este acontecimiento histórico fue escrito por uno de sus supervivientes, el Maestre de Campo D. Francisco Dávila Orejón y Gastón en su obra de 1681, “POLÍTICA Y MECÁNICA MILITAR PARA SARGENTO MAYOR DE TERCIO”. También extraemos el estudio que realizó D. Antonio Cánovas del Castillo en su libro, de 1888, “ESTUDIOS DEL REINADO DE FELIPE IV, TOMO II. ANTECEDENTES Y RELACIÓN CRÍTICA DE LA BATALLA DE ROCROY. CON EL PRINCIPIO Y FIN QUE TUVO LA SUPERIORIDAD MILITAR DE LO ESPAÑOLES EN EUROPA”. Y la correspondencia que D. José Antonio Vincart, “Secretario de los avisos secretos de guerra de los estados de Flandes”, dirigidas al Rey Felipe IV de España y a la Reina Dña. Ana de Austriacon el pseudónimo “Cardinael”. Igualmente, la que envió D. Francisco de Melo a Su Majestad, el Rey de España, tras la derrota de dicha Batalla y otros documentos que fueron estudiados por D. Antonio Cánovas en su obra citada.

Para la campaña de 1643 determinó D. Francisco de Melo, Marqués de Tordelaguna, entrar por Francia con el fin de atraer sobre sí todas las fuerzas y ejércitos enemigos en parte por donde más cómodamente podía resistirles y luchar de poder a poder. Con ello intentaba evitar la invasión del Estado de Borgoña por los franceses y que otras tropas de refuerzo penetrasen por los Pirineos en la rebelada Cataluña. Con estos propósitos escogió para invadir el territorio francés la parte que está situada en Rocroy.

Señaló tres plazas para la concentración del Ejército, dispuso en Artois al Cuerpo que mandó el Duque de Alburquerque; la Plaza de armas de Hainaut, al Conde de Bucquoy y entre los ríos Mosa y su afluente el Sambre, el conocido como Ejército de Alsacia, con su Jefe el Conde de Isembourg.

Bajo las órdenes del Duque de Alburquerque estaban los Tercio españoles de:

  1. Baltasar Mercader. D. Antonio de Velandia.                                    D. Alonso de Ávila.
  2. Jorge de Castellví D. Bernardino de Ayala y Guzmán, ancestro del RI. “Soria” nº 9.

Estos Tercios iban acompañados por los italianos de:

Marqués de Visconti.                    D. Alonso Strozzi.                                             D. Juan Liponti.

Los Tercios walones y alemanes de:

Príncipe de Ligne.                         Sr. Ribancourt.                                                 Sr. Granges.

Situados desde el día 10 de mayo de 1643 entre Mariembourg y Philippeville, se fingió pasar el Río Sambre en dirección opuesta a Rocroy; durante la noche del 11 al 12 de mayo se marchó rápidamente sorprendiendo a los habitantes de la citada población. Una vez sabida la imprevista toma de puestos y el bloqueo de Rocroy, se ordenó a nuestro Tercio que quedase a cubrir la Plaza de Artois. Se puso en movimiento el General Melo pasó el Sambre y penetró hasta la Châpelle y siguió par a poner sitio a la plaza de Rocroy, pero no se hicieron obras de defensa al pensar que en tres o cuatro días rendirían la Plaza sin que diera tiempo a que llegasen los socorros franceses. Poco satisfecho Luis de Borbón, Duque de Enghien de la campaña pasada, reunió a las fuerzas que mandaba en Amiens y, exhortándolas a cumplir con el honor francés, marchó sobre nuestro campo sitiador llegando por sorpresa a sus alrededores, tras muchos errores tácticos propios por exceso de confianza, el día 18 de mayo y desplegando su Ejército antes de las 18:00 H.

En esta forma desde las tres de la mañana del 19 de mayo, día glorioso, pero día de luto. El Capitán General de nuestras tropas en Flandes, D. Francisco de Melo, concentró todas sus fuerzas desplegándolas en línea de batalla y colocó a los cinco Tercios de la Infantería española en el centro, formando con ellos un cuadro sólido, erizado de picas; el frente de ataque de este reducto de carne humana lo cerraba nuestro Tercio Viejo, cuyo Maestre de Campo era Don Bernardino de Ayala y Guzmán, Conde de Villalba, y toda la masa estaba a las órdenes del Conde de Fontaine (Fontana), que, aquejado de la gota, se había hecho conducir en una silla de brazos, colocándose en medio de ella pero sin capacidad para mandarla debidamente y muriendo durante la primera carga que la Caballería francesa ejecutó sobre el centro de nuestra formación, es decir, sobre nuestros Tercios de españoles que, con gran pérdida de hombres, se habían quedado sin mando, pero que lograron rechazar la primera carga francesa. En la cara principal, cubiertas por las filas de las bocas de fuego, estaban situadas algunas piezas. Nuestra Caballería, por el flanco derecho español, mandadas por Melo, quien había abandonado su puesto y dejado en el mismo al Conde de Fantaine, había vencido a la del Mariscal francés L’Hôspital que no pudieron resistir un segundo choque sobre el mismo flanco, cuando ya había regresado quien estaba encargado de dicho lateral, Isembourg.

Mientras, el Duque de Alburquerque sufría, por el ala izquierdo español, fue batido por la Caballería francesa que estaba a cargo del Duque de Enghien, estos derrotaron a los arcabuceros españoles que protegían ese lateral, sorprendiendo a la Caballería de Alburquerque, aunque fueron rechazados por los españoles; durante esta carga, además del Conde de Fontaine que recibió un pistoletazo que le arrebató la vida, también murieron los Maestres de Campo D. Antonio de Velandia y el de nuestro Tercio, Don Bernardino de Ayala y Guzmán… También murieron muchos capitanes, aunque los batallones quedaron firmes. Esto provocó que se rompiera dicho flanco. Entre las cinco y las seis de la mañana del mencionado día, la formación en nuestro costado izquierdo estaba deshecha. No se observaba, inicialmente, en la masa española ninguna señal de descomposición, sólo advirtió confusión por la falta de mando que se produjo tras la muerte del Conde de Fontaine y de los mandos más significados; este fue el motivo por el cual nuestra Caballería no recibía ayuda de nuestros Tercios; un desconcierto y silencio sepulcral condujo a unos instantes de inacción que mermaron la superioridad que nuestras intactas tropas de veteranos españoles poseían el centro del despliegue. El Duque de Enghien reorganizó su Caballería y envolvió a nuestro Ejército por la derecha, tomando a nuestra artillería y nuestras segundas y terceras fuerzas del centro, Infantería walona y alemana que fueron deshechas y todos sus mandos muertos, estando dotadas únicamente de picas y sintiendo el empuje de los caballos franceses, se vieron obligadas a retirarse sin orden. Puestos en fuga la Infantería de las naciones que combatían junto a la española, se arrojó Enghien sobre nuestros Tercios, desde el flanco izquierdo. Se esperaba que llegaran las tropas de refresco de Beck, pero estas no aparecían y llegó el momento en que sólo los Tercios españoles eran los únicos que mantenían sus posiciones de manera inquebrantable.

Entre las ocho y las diez de la mañana se mantuvo una desigual y vana lucha los españoles. Las repetidas cargas de la disciplinada Caballería francesa que podía recomponer sus bajas y las grandes bajas producidas por el fuego enemigo, quebraron a uno de los escuadrones de nuestra Infantería, y luego otro, y otro, hasta quedar sólo uno firme y cerrado; en esas dos horas la Infantería de españoles resistió sin ninguna ayuda. Escribió el Maestre de Campo D. Francisco Dávila Orejón y Gastón, testigo y actor de aquella hazaña en su calidad de Sargento Mayor: «Sólo se mantenía el escuadrón del tercio que había sido del señor duque de Alburquerque, gobernado por su sargento mayor Juan Pérez de Peralta, soldado de muy conocido valor y experiencia, como dice el ejemplo. Ya habiéndose recogido a este escuadrón, después de haber defendido los suyos más que parecía imposible, los maestres de campo el conde de Garcíes y D. Enrique de Castelví, (quien a la sazón lo era mío), y otros muchos oficiales y soldados, a quienes, aunque la fortuna les venció, no les rindió el valor…».

Los franceses nada tenían ya que vencer, por cuanto la muerte se había encargado de esta misión. Los españoles estaban envueltos en un lago de sangre: el Conde de Fuentes (Conde de Fontaine), atravesado de balas, había lanzado el último suspiro desde el primer combate, había animado a los “leones de Iberia”, y la mayor parte de sus soldados, a esas horas más de seis mil, estaban muertos en derredor del cadáver de su querido General. Los pocos que restaban en pie se hallaban cubiertos de sangre. Valiente el Duque de Enghien, a la par que caballero sensible, empleando una especie de tregua para disponer sus tropas para otro combate, vino a caer sobre la posición que ocupaban los Tercios españoles, reducidos a sus solas fuerzas en un único Escuadrón en el que había reunido todos los españoles que sobrevivieron de los que habían sido destruidos por el fuego y las cargas francesas… Continúa el relato de D. Francisco de Dávila: «Enviaron los enemigos un trompeta, como pudieran a un castillo, preguntando de parte del príncipe de Condé quien mandaba aquel escuadrón; y habiéndole respondido que el conde de Garcíes y D. Enrique de Castelví y su propio Sargento Mayor, mandó replicar que como eran tan bávaros que llegaban a extremos tales, y que en el mundo sólo ellos (como es así) eran el primer ejemplar: que lo mirasen bien, y el poco recurso humano que les quedaba; que él ofrecía cuartel, que es las vidas, y, en suma, la cosa se redujo a capitular como plaza fuerte. Y lo que se les pidió, que no podía ser más, fue que, cediendo las armas, se les conservasen las vidas y todo lo que tuviesen encima; y así lo concedieron y capitularon y cumplieron los franceses, de quienes no pondero los muchos agasajos y favores que a todos hicieron después de rendidos, pues nadie conoce más bien el valor que el vencedor». La arcabucería y la mosquetería españolas agotaron sus municiones antes de capitular como plaza fuerte. Quedaban sólo útiles los piqueros.

Según el francés Duque de Aumale: “Tres veces fue rechazado el Ejército de Enghien por las picas del último Escuadrón de españoles, y el fuego nutrido de su arcabucería y mosquetería. A la cuarta carga los españoles, abordados por tres lados a un tiempo, rendidos de cansancio y sin municiones, después de siete horas de combate, fueron rotos”. Según escribió Dávila: «Un escuadrón de españoles capituló con un ejército vencedor en campaña rasa». Todo el fruto de la victoria de Rocroy se redujo, para los enemigos coligados, a la toma de la Plaza de Thionville por aquel año.

El historiador Gualdo Priorato calculó que: «de la infantería española capitularon dos mil quinientos, quedando el resto, hasta seis mil que iban, sobre el campo». Los infantes españoles habían capitulado; mas se dijo que bajo la cláusula de que sanos y salvos se les traería por acá para seguir sirviendo. Lo de la capitulación, sin duda era cierto; mas se exageraban sus honrosas condiciones.

En vista de tales hechos y de las honrosas heridas que ostentaban aquellos valientes después de terminada la batalla, al formarse los nuevos regimientos de Felipe V, los cuadros de los Tercios Viejos no olvidaron sus antecedentes en Flandes acá en la Península, y aún por eso se vanagloriaban en aquel tiempo de descender, el de Galicia, del que mandó en Rocroy el Conde de Garcíes (Garciez), D. Fernando de Quesada y Hurtado de Mendoza; el de Soria, del otro a cuya cabeza murió el Conde de Villalba, desde el año 1738 se conoció a este Tercio con el nombre de DE LA SANGRE. Además, fue tan bizarro el comportamiento de la Infantería, que el General D. Francisco de Melo amontonó a favor de ella todos los elogios imaginables, y el Rey, de acuerdo con el parecer de sus consejeros, Marqués de Santa Cruz, Conde de Monte Rey, Duque de Nájera y Marqués de Castañeda, la prodigó abundantes gracias.

Del Maestre de Campo D. Bernardino de Ayala y Guzmán se cuenta que era: “Gran justador y toreador; desterrado de Madrid y cuarenta leguas en contorno por su airada vida, antes de ir a servir en Flandes; Maestre de Campo luego, donde se distinguió sobre todos en Honnecourt, peleando con «bien particular resolución», y en cuantos hechos se ofrecieron; el más brillante oficial, donde tantos hubo, de la Infantería española”.

Al final de su libro D. Antonio Cánovas del Castillo, “ESTUDIOS DEL REINADO DE FELIPE IV, TOMO II. ANTECEDENTES Y RELACIÓN CRÍTICA DE LA BATALLA DE ROCROY. CON EL PRINCIPIO Y FIN QUE TUVO LA SUPERIORIDAD MILITAR DE LO ESPAÑOLES EN EUROPA”, se puede leer: «¡Puedan los regimientos mencionados y todos los actuales, así como el soldado español en general, parecer eternamente dignos de aquellos de sus antepasados cuya historia queda bosquejada! ¡Pueda España entera tomar aviso de los hechos faustos y adversos que el presente estudio comprende, para agenciar y obtener en futuros días, cuanto le faltó en otro tiempo, y todo lo que además necesite para conseguir de nuevo, y perpetuamente esta vez, un lugar señalado entre las Naciones!»

Bernabé de Vivanco: “Historia de Felipe IV Rey de España”.

Guido de Bentivoglio: “Las guerras de Flandes desde la muerte de Carlos V hasta conclusión de la Tregua 12 años”. Año 1687.

Conde de Clonard: “Historia Orgánica de las Armas de Infantería y Caballería españolas”.

Germán Segura García y Hugo Vázquez Bravo: “Atlas ilustrado… Los Tercios españoles en Flandes”.

Jean Carpentier y François Lebrun: “Breve Historia de Europa”.

Antonio Cánovas del Castillo: “Estudios del reinado de Felipe IV, Tomo II… Relación crítica de la Batalla de Rocroy”.

 

 

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: